Un recién nacido entre un asno y un buey: muchos comparten hoy esta
imagen simplificada de la Navidad. Mi propia imagen de la Navidad está
inspirada en lo que aprendí de las
mujeres que traían a su bebé al mundo en la más completa intimidad, sin
sentirse guiadas u observadas. Está también influenciada por el Evangilium
Jacobi Minoris, es decir, el protoevangelio de Jacques le Mineur (1). Este
evangelio fue salvado del olvido, a mediados del siglo XIX, por el místico
austríaco Jacob Sorber, autor de La infancia de Jesús (2). Según estos textos,
José partió a la búsqueda de una partera. Cuando regresó, Jesús ya había
nacido.
Cuando la deslumbrante luz se atenuó, la partera se encontró ante una
escena increíble, ¡Jesús ya había encontrado el pecho de su madre! La comadrona
exclamó entonces: “¿Quién ha visto jamás
un niño que apenas nacido tome el pecho de su madre?” Es el signo evidente de
que este niño al convertirse en hombre, un día juzgaría según el Amor y no
según la Ley.
El día que Jesús estuvo listo para su llegada al mundo, María
recibió un mensaje-un mensaje de humildad. Se encontraba en un establo, entre
otros mamíferos. Sin decir palabra alguna, sus compañeros la ayudaron a
comprender que en esa circunstancia debería aceptar su condición de mamífero.
Debería sobrellevar su handicap de ser humano y quitarse de encima la
efervescencia de su intelecto. Debería
segregar las mismas hormonas que los otros mamíferos cuando dan a luz a sus
bebés, haciendo actuar la parte primitiva del cerebro que todos tenemos en
común. La situación era ideal para que María se sintiera segura.
El “trabajo” pudo establecerse en las mejores condiciones posibles.
Habiendo percibido el mensaje de humildad y aceptado su condición de mamífero,
María se reencontró en cuatro patas. En tal postura, y en la oscuridad de la
noche, ella se desconectó fácilmente del mundo. Poco después de su nacimiento,
Jesús se encontró en los brazos de una madre extática, tan instintiva como
puede serlo una madre mamífera que viene de parir. En una atmósfera
verdaderamente sagrada, Jesús fue recibido y pudo, fácil y progresivamente,
eliminar las hormonas del stress que necesitó segregar para nacer. El cuerpo de
María estaba muy caliente. El establo mismo estaba cálido gracias a la
presencia de los otros mamíferos. Instintivamente, María cubrió el cuerpo de su
bebé con una ropa que tenía cerca de su mano. Estaba fascinada por los ojos de
su bebé y nada hubiera podido distraerla del intenso intercambio de miradas que
se establecía.
Este intercambio de miradas le permitió alcanzar otro pico de oxitocina,
lo cual provocó una nueva serie de contracciones uterinas que enviaron hacia el
bebé un poco de la sangre preciosa acumulada en la placenta. Pronto la placenta
fue liberada. Madre e hijo se sentían seguros.
Al principio, María guiada por la parte del cerebro que compartimos con
todos los mamíferos, estaba de rodillas. Luego de la liberación de la placenta,
se puso de costado, con el bebé cerca de su corazón. En seguida, Jesús comenzó
a mover la cabeza, a veces hacia la derecha, otras a la izquierda y,
finalmente, a abrir la boca en forma de O. Guiado por el sentido del olfato, se
acercaba cada vez más al pezón.
María, que aun se encontraba dentro de un equilibrio hormonal
particular, y por ello muy instintiva, sabía perfectamente cómo sostener a su
bebé e hizo los movimientos necesarios para ayudarlo a encontrar el pecho. Fue
así como Jesús y María transgredieron las reglas establecidas por los neocórtex
de la comunidad humana. Jesús –un rebelde pacífico desafiando toda convención-
había sido iniciado por su madre. Jesús mamó vigorosamente durante un largo
rato. Con el sostén de su madre, salió victorioso de uno de los episodios más
críticos de su vida. En breves instantes se había adaptado a la atmósfera y
había comenzado a utilizar sus pulmones, se adaptó a las fuerzas de gravedad y
a las diferencias de temperatura y entró en el mundo de los microbios. ¡Jesús
es un héroe! No había reloj en el establo. María no necesitaba saber cuánto
tiempo Jesús había tomado su pecho antes de dormirse. La noche siguiente, María
durmió un sueño ligero. Estaba vigilante, protectora y preocupada de satisfacer
las necesidades de la más preciosa de las criaturas terrestres. Los días
siguientes, María aprendió a sentir cuándo su bebé tenía necesidad de ser
mecido. Había tal acuerdo entre ellos que ella sabía perfectamente adaptar el
ritmo del balanceo a la demanda del bebé. Siempre meciéndolo, María se puso a
canturrear unas melodías a las que agregó algunas palabras. Como millones de
otras madres antes que ella, María descubrió así las canciones de cuna. Jesús
comenzó a aprender lo que es el movimiento y el espacio. Aprendió también lo
que es el ritmo y, entonces, comenzó a adquirir la noción de tiempo. Entró
progresivamente en la realidad espacio-temporal. Luego María introdujo cada vez
más palabras al tararear sus canciones de cuna. Entonces Jesús absorbió su
lengua materna.
(1) Proto-Evangile de Jacques 19.2 Citado en: JesúsJean Paul Roux.
Fayard, París 1989, p100.
(2) Jacob Lorber. L´enfance de Jesús ou l´evangile de Jacques. Capítulo
16 Editions Helios, Ginebra 1983. Título original : Die Jugend Jesu, Stuggart
1852.
Extracto del Libro: La Cientificación del Amor. EL Amor y la Ciencia
Capítulo 19. Hacia una convergencia Ciencias-Tradiciones. MICHEL ODENT
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