Por Alfie Kohn
Artículo original del NEW YORK TIMES 15 de Septiembre 2009
Hace ya más de 50 años, Carl Rogers sugería que los ingredientes principales que
hacen que la psicoterapia tenga éxito son tres: que el psicoterapeuta apueste
por la autenticidad en lugar de esconderse tras una máscara de
profesionalidad, que comprenda en profundidad los sentimientos de sus
pacientes y, por último, que deje de lado los juicios de valor para expresar
una “consideración positiva e incondicional” hacia aquellos a quienes
pretende ayudar.
El último punto es de órdago, no sólo por su
dificultad sino también porque la mera necesidad de que ello dice cómo fuimos
educados. Rogers consideraba que los
terapeutas han de aceptar a sus pacientes sin limitación alguna para que
éstos puedan comenzar a aceptarse a sí mismos. Y el
motivo por el que muchos han rechazado o reprimido partes de lo que son es
porque sus padres pusieron “condiciones de valor” al educarlos: te
quiero, pero sólo cuando te portas bien (o cuando sacas buenas notas, o
cuando impresionas a otros adultos, o si estás en silencio, o si no engordas,
o cuando eres respetuoso, o guapo. . .)
La repercusión que esto
tiene es que querer a nuestros hijos deja de ser suficiente. Tenemos que
amarlos incondicionalmente, por lo que son, no por lo que hagan.
Como padre, sé bien que esto es algo difícil de
llevar a cabo, y se convierte en algo aún
más complicado cuando los consejos que recibimos van en la dirección
contraria. Efectivamente, se nos dan consejos de crianza condicional, que
tienen dos versiones: aumentar el cariño cuando los niños son buenos y
negarlo cuando no lo son.
De esta manera, el personaje televisivo “Dr. Phil” McGraw, nos dice en su libro FamilyFirst que ha de ofrecerse a los niños con condiciones
aquello que más les gusta o necesitan, convirtiéndose en una recompensa para
que “se comporten de acuerdo con vuestros deseos.” Y “una de las monedas de
cambio más poderosas para un niño,” añade, “es la aceptación y aprobación de
sus padres.”
Del mismo modo, Jo Frost, “Supernanny,” en el libro del mismo nombre, dice “Las
mejores recompensas son la atención, el elogio y el amor,” y éstas deberían
de contenerse “cuando se porta mal…. Hasta que diga que lo siente,” momento
en el cual el amor vuelve a ponerse en marcha.
Hay que tener en cuenta
que la crianza condicional no se limita a los amantes del autoritarismo de la
vieja escuela. Algunas personas que ni locas darían un azote, en lugar de
castigar a sus hijos pequeños prefieren aplicar otro método: el aislamiento
forzado, una táctica que se prefiere llamar “tiempo fuera”. Contrariamente,
el “refuerzo positivo” enseña a los niños que se les quiere, y que merecen
ese cariño, pero sólo cuando hacen lo que sea que nosotros consideramos como
“bueno”.
Esto hace que surja la interesante posibilidad de
que el problema con los elogios no sea que se conviertan en el camino equivocado,
o que se repartan con demasiada facilidad, como insisten los conservadores
sociales, sino que puedan convertirse
en otro método de control, análogo al castigo. El principal mensaje de
todos los tipos de crianza condicional es que los niños han de ganarse el
amor de sus padres; la mejor receta para llegar a lo que advertía Rogers, y la forma de que los niños acaben necesitando
un terapeuta que les ofrezca la aceptación incondicional que no tuvieron a su
debido tiempo.
Pero, ¿estaba Rogers en lo
cierto? Antes de tirar por tierra la disciplina dominante, estaría bien
disponer de algunas pruebas. Y ahora las tenemos.
En 2004, dos investigadores israelíes, Avi Assor y Guy Roth, participaron junto con Edward Deci, un experto americano en la psicología de la
motivación, en una encuesta a más de 100 universitarios en la que se les
preguntaba si el amor que habían recibido de sus padres había dependido de
sus éxitos académicos, la práctica de deportes, su consideración respecto a
los demás, o la represión de emociones como la cólera y el miedo.
El resultado que se
obtuvo demostró que los niños que habían recibido una aprobación condicional
tendían, efectivamente, a actuar de un modo más parecido al que deseaban los
padres. Pero la sumisión tenía un coste elevado. En primer lugar, porque esos
niños tienden a estar resentidos y a disgusto con sus padres. En segundo
lugar, porque solían afirmar que la forma en la que actuaban con frecuencia
se debía más a una “fuerte presión interna” que a “una auténtica sensación de
elección”. Por otra parte, la felicidad que experimentaban después de
triunfar en algo solía ser breve y, a menudo, se sentían culpables o
avergonzados.
En un estudio paralelo, Assor y sus
colegas entrevistaron a madres de niños ya crecidos. En esta generación, la
crianza condicional también había causado daños. Aquellas madres que, en su
infancia, sintieron que sólo eran queridas cuando satisfacían las
expectativas de sus padres, se sentían adultas menos dignas de respeto. Sin
embargo, a pesar de sus efectos negativos, estas madres tenían una mayor
tendencia a usar el afecto condicional con sus propios hijos.
El pasado mes de julio, los mismos
investigadores, en esta ocasión junto con dos colegas de Deci pertenecientes
a la Universidad de Rochester, publicaron dos réplicas y ampliaciones al
estudio de 2004. En esta ocasión los sujetos del estudio eran
estudiantes de secundaria, a los que se prestaba más atención y se daba más
cariño cuando hacían lo que querían sus padres, cosa que se distinguía cuidadosamente
dando menos cuando hacían algo que no querían los padres.
Los estudios
demostraron que ambos tipos de educación condicional, positiva y negativa,
eran perjudiciales, pero de manera ligeramente diferente. El tipo positivo a veces tenía éxito haciendo que
los niños se esforzaran más en las cuestiones académicas, pero con el coste
de sentimientos insanos de “compulsión interna”. La educación condicional
negativa, por su parte, no funcionaba ni tan siquiera a corto plazo;
únicamente aumentaba los sentimientos negativos de los adolescentes hacia sus
padres.
Lo que estos y otros
estudios nos dicen, si somos capaces de asumirlo, es que alabar a nuestros
hijos por hacer algo correcto no se diferencia mucho de aislarlos o
castigarlos cuando hacen algo incorrecto. Ambos ejemplos son condicionales y
contraproducentes.
El psicólogo infantil Bruno Bettelheim, enseguida reconoció que la versión de la
crianza condicional negativa, conocida como tiempo fuera, puede causar “profundos sentimientos de ansiedad”, sin embargo,
la aprobaba por esa misma razón. “Cuando nuestras palabras no son
suficientes”, decía, “la amenaza de la retirada de nuestro amor y afecto es
el único método contundente para convencerle de que lo mejor es someterse a
nuestra petición.”
Pero los datos hacen pensar que la retirada del
amor no es especialmente efectiva para obtener sumisión, y mucho menos para
fomentar el desarrollo moral. Aun cuando hayamos obtenido éxito logrando que
los niños nos obedezcan (usando un refuerzo positivo), ¿vale la pena obtener esa obediencia a cambio de un posible
daño psicológico a largo plazo? ¿Debería usarse el amor parental como una herramienta
para controlar a los hijos?
Hay otros asuntos más profundos que subyacen en
otro tipo de crítica. Albert Bandura, el padre de la rama de la psicología conocida
como la teoría del aprendizaje social, afirmaba que el amor incondicional
“podría producir niños antipáticos y a la deriva”, una afirmación que no se
apoya en ningún estudio empírico. La
idea de que los niños aceptados por lo que ellos mismos son puedan carecer de
dirección o encanto sólo es valiosa por lo que nos dice acerca de la oscura
visión de la naturaleza humana que tienen aquellos que emiten tales
advertencias.
En la práctica, y de acuerdo con la impresionante
recopilación de datos realizada por Deci y otros, la aceptación incondicional por parte de los padres y profesores va
acompañada de un “refuerzo a la autonomía”: explicando los motivos de las
peticiones, maximizando las oportunidades de que el niño pueda participar en
la toma de decisiones, alentando sin manipular, e imaginando de forma activa
cómo son las cosas desde el punto de vista del niño.
El último de estos factores es importante en
relación con la educación incondicional en sí misma, ya que la mayoría de
nosotros protestaría diciendo que, por supuesto, queremos a nuestros hijos
sin ningún tipo de restricción, pero lo que cuenta es cómo son las cosas
desde el punto de vista de nuestros hijos, si se sienten igual de queridos
cuando se portan mal o no cumplen con su palabra.
Carl Rogers no lo dijo de esta
manera, pero estoy seguro de que le hubiera gustado ver una menor demanda de
terapeutas expertos si ello significara un mayor número de gente llegando a
la edad adulta sintiéndose aceptada de forma incondicional.
Publicado
por primera vez en New York Times y traducido por Luz Morcillo con el permiso
expreso del autor. Para saber más acerca de este tema, véase www.unconditionalparenting.com
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Amor Parental con Limitaciones Por Alfie Kohn
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